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Eduardo Pino Lozano, escultor e imaginero villanovense

abril 14, 2023

Eduardo Pino Lozano, escultor e imaginero villanovense

Antonio Barrantes Lozano

El viajero que visite por primera vez Villanueva, al aproximarse a la Iglesia de la Asunción se topará con un busto que sin duda atraerá su atención. Con dice la leyenda que acompaña a la escultura es el autorretrato de Eduardo Pino, escultor e imaginero, hijo del pueblo que de esta manera lo honra. Nace Eduardo Pino Lozano en la calle Buenavista dentro de una humilde familia. Fue inscrito por su tía Eugenia en el registro civil donde consta que nació  en casa de sus padres el día veintiuno de noviembre de 1911  con el nombre de Eduardo, Esteban y Rufino.

Desarrolla sus primeros años en un ambiente poco propicio para las artes, cosa  que no va a ser inconveniente para que, dotado de unas cualidades innatas unido  a  una prodigiosa memoria fotográfica,  con el barro de la calle, que entonces había mucho, conseguía reproducir con minuciosidad las imágenes que había contemplado en la Iglesia, a la que escaba regularmente para, después, dibujarlas en la pared de la cuadra y de ahí pasarlas al barro. Era tanta su afición que  se le llamaba  “Eduardo el de los santitos”.

Aunque nadie dudaba  de las cualidades del pequeño genio,  no lo tenía fácil abrirse camino en  este difícil mundo del arte, cosa  que angustiaba a la familia.

Fue su abuela materna, Visitación Rodríguez, la que no se resigna a renunciar y explorar las cualidades de su nieto. Es  Visitación la que busca la salida que la familia no puede dar al joven artista. Su estrategia pasa a por buscar algún tipo de mecenazgo para el pequeño Eduardo.  Invita a D. Pedro Cortijo, conocido miembro de una influyente familia local, a ver las obras que el niño atesoraba en casa. Impresionado este por la calidad que veía y por los pocos años del artista no duda de ofrecer su apoyo al pequeño genio. Vivía por aquellos años un afamado pintor, gloria también local, D. Manuel Vadillo Albéniz, en cuyo taller entró a fin de familiarizarse en los rudimentos de la pintura, su estancia con Vadillo fue corta, pues al pequeño Eduardo le atraía más el modelado. No pasó desapercibido el joven artista entre la influyente sociedad villanovense lo que le llevó hasta el conocimiento de D. Aníbal Morillo, IV Conde de Cartagena, hacendado, con propiedades en la ciudad, figura como primer contribuyente por rústica en las células de repartimiento, sistema de recaudación tributaria que  estaba vigente por los años veinte del pasado siglo. Villanueva lo recuerda con una calle que hoy lleva su nombre. Era D. Aníbal un hombre de vasta cultura y generoso mecenas que no dudó en apadrinarlo y llevar a Eduardo hasta la Academia de San Fernando, donde destacó en sus estudios, y  le abrió las puertas de la alta aristocracia madrileña. Me cuenta, Diego, su sobrino, que fue tutorado por D. Jacobo Fizt- James, “Duque de Alba” al que acompañó como invitado a la boda de D. Juan de Borbón el 12 de octubre de 1935, en Italia cuando Eduardo disfrutaba de una beca de formación. 

Los contactos con el Conde de Cartagena fueron constantes teniéndole  informado de todos  sus  avances e inquietudes. Se conserva la última carta que el escultor envía a su mentor. Está fechada en  Villanueva de la Serena el 16 de septiembre de 1929, donde dice remitirle fotografías de algunos de sus  trabajos y de otros proyectos que hará en casa de D. Ricardo. Se refiere a D. Ricardo Guisado, político y  hacendado local, que también le patrocinó, como también le ayudó el ayuntamiento de la ciudad. Decimos que fue su última carta porque desgraciadamente el prohombre, D. Aníbal Morillo,  IV Conde de Cartagena, pocos días después, el 25 de septiembre de 1929, moría en Lausana.

De fuerte formación academicista, de Eduardo no tenemos constancia que se desviara hacia otras corrientes artísticas de la época.

Su legado como escultor e imaginero podríamos establecerlo en dos épocas. De la primera, como nos dice V. Méndez, tenemos bocetos y estudios y alguna que otra obra, fundamentalmente desnudos,  con estudios y copias del natural  y una segunda, más prolífera, en la que nuestro artista   retoma su pasión por la imaginería religiosa bebiendo siempre de la  estética renacentista y barroca.

Sabemos que por uno de sus desnudos fue dotado de una beca, en los años treinta, que le permitió viajar por Italia, Francia, Alemania e Inglaterra completando así su formación.

Fueron numerosos los retratos, propio y de sus familiares, allegados y famosos, que llegó a realizar; nos dice el referido V. Méndez, que el realizado a Greta Garbo “es paradigmático, pues con someras líneas consigue un vivo retrato del artista”.

Después de la guerra civil su trabajo, como el de otros escultores de la época, estuvo encaminado a atender la demanda de imágenes que la sin razón de la guerra había destruido por todo el país. No podemos catalogar su  trabajo en toda su dimensión, la producción de imaginería estuvo acaparada por los talleres de “Arte Granda” de Madrid,  donde coincidieron otros reconocidos artistas,  como el andaluz  Ortega Bru, el que consideró a Eduardo como maestro. Dichos talleres vendían las imágenes con  el sello de la casa y no iban firmada por ellos, por lo que las obras de Eduardo  son difíciles de catalogar. Un caso curioso se ha dado en Manzanares, Ciudad Real, cuando  los restauradores de  la Virgen de los Dolores encuentran en el pie derecho de la imagen la talla de una hoja de pino, sibilina forma de transmitir Eduardo su autoría al no poder hacerlo de otra forma. Nos cuentan que ya se algo se intuía   “dada su calidad excepcional y peculiar policromía”.

Eduardo a los pocos años de haber trabajado en “Artes Granda”  consigue plaza como profesor de dibujo en Alcalá de Henares, lo que no le impide seguir con su faceta artística. Tenemos constancia que fue nombrado   por el Ministerio de Educación Nacional, BOE de 4 de 11 de 1967, vocal en el tribunal  “para juzgar la oposición libre a plaza de profesor de modelado  y vaciado  de las Escuelas de Artes Aplicados y Oficios” junto a D. Enrique Pérez Comendador, que actuaba como presidente.

Después del infausto agosto de 1936  y acabada la guerra civil, el patrimonio  religioso de Villanueva comenzó a restablecerse, gozando actualmente de un reconocido prestigio por su valor artístico, con la contribución sobresaliente de la gubia de Eduardo Pino.

Sus obras, enriquecedoras del patrimonio local, son todas de inspiración clásica, del barroco español. Preside la capilla del sagrario la talla de la “Inmaculada” llegada a Villanueva en 1940,  con una estética que nos  recuerda a las estampas de Murillo; también podemos contemplar, al fondo de la nave del Evangelio, un “Corazón de Jesús” en talla natural, o a la ”Virgen de Guadalupe” en la antigua capilla bautismal. En otros oratorio están: la “Virgen de Guadalupe” donada por el  autor al padre Ángel para el  de Santiago;  la “Virgen de la Soledad” en el  del Santo Entierro,  y “Nuestro Padre Jesús de Nazareno”  en capilla propia, estas últimas llegadas a la ciudad en la década de los años cuarenta. Es en la talla  del “Nazareno” donde el artista deja fluir con más intensidad la influencia barroca; Pino logra una imagen que transmite  el dolor y la amargura de un hombre sometido a escarnio  camino hacia su  calvario. La pureza en la expresión, la mirada contenida, sus rasgos faciales, la delicadeza con que trata sus manos, la postura humillada por la cruz, dotan al conjunto de una calidad y belleza incomparable, es en ella donde la grandeza de la obra de Eduardo Pino queda catalogada como la uno de los grandes imagineros, no solo extremeño, también español,  del siglo XX.

Es de agradecer que Diego Borrallo Pino, sobrino del artista, haya donado para contemplación de todos los villanovenses una pequeña pero primorosa talla de “La Asunción” que quizá su tío realizara como boceto de otra mayor, que tendría la finalidad de presidir el retablo parroquial.

No conocemos la intrahistoria de este retablo, otra joya de nuestro patrimonio religioso, por lo que no podemos afirmar  nada.

 Con buen criterio, la escultura  está  protegida por una vitrina y hoy se puede observar  en la capilla del sagrario.

Don Eduardo Pino Lozano, que  en cuyo retrato en bronce honramos los villanovenses, nos dejó en Madrid un 30 de julio de 1985. Descansa en nuestro cementerio municipal.

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